Luego de un fin de semana del que no quiero acordarme (y del que tampoco puedo por motivos psicológicos: clara ausencia de autocontrol y conocimiento de mis propias capacidades... físicas), decidí tratar de enmendar el rumbo de mi paupérrima vida parisina. Disculpas a todos lo que quieran saber que pasó en tan magnánima reunión el pasado Sábado. E incluso más disculpas a los que me vieron (el tiempo que estuve reconocible) asistir.
Dejando de lado todo el cuasi soponcio matutino (que nada tiene que ver con su raíz vernácula), me levanté tempranito. Para
la Máquina, esto hubiera sido una abominación. Yo no lo considero tanto así: error de juventud es lo que más se acerca. Para disculpar mi exceso de responsabilidad, como aliciente a salir de la cama, mi pieza tiene doble función: de noche, digna y respetable morada, de día mezcla rara entre carpa a efecto invernadero y solarium naturista. Breve,
C: estaba de pie y andando a las 7 de la mañana, sin ninguna ayuda de medicaciones externas (café no vale,
C: sin café es como
Cachureos sin Epidemia, porque el Gato Juanito me dejó de caer bien desde que le pegó un
charchazo a su esposa que hacía de polola del Luciano Cruz-Coke en
Amor a Domicilio). Estaba tan prendido (digamos, no-dormido mejor) que decidí echarle una limpieza a la casa (
limpieza es un tanto exagerado para vuestros estándares, pero ahora ya no se ve "el sucio"). No quedandome más que hacer en casa, salvo ver el correo por la gogolésima vez, me dije a mi mismo (acá comienza el error de adolescencia... adolescencia de sentido común en todo caso) que podríamos salir a trotar, porque decir correr estaría alejado de la realidad.
Oquei, guainot?.
Entre las 8 y las 9, mi barrio (ya le digo mi barrio, a pesar que conozco 3 cuadras con suerte, una de las cuales la conocí por mi proverbial sentido de la ubicación: no existe o de existir se limita a ubicar mi cabeza sobre los hombros) cambia radicalmente. Eso si, los "personajes" franceses siguen apareciendo. No sé porqué, pero al parecer París crea un ambiente propicio para
peinar la muñeca.
En outre, no aparecen sólos. Ya saliendo del depto, al frente de la prefectura de policía, 2 negritos hacen una especie de Macumba o tienen una crisis nerviosa porque parece como si les hubieran puesto corriente en las orejas, casi como en
Jackass. Ni los miro mucho, cara de pocos amigos, salvo los que quedan en
la peni. Una señora me ofrece una manzana que le sobra, porque al parecer me parezco a un loco de la tele francesa o algo así.
Tranquilo el bobby ah, no me creo el cuento de
chute: probablemente el socio sea el típico comediante fome medio inmigrante que habla medio rápido... Mmmm.
Cuando llego a la calle del parque donde voy a correr, esa que una vez recorrimos con
Ojos de Aceituna antes que a los árboles les chorreara el verde por las ramas (o ya había empezado el verdor?), me pillo con el primer especímen. A estos tipos les gusta tomar cerveza en latas de medio, agarrándolas como por el trasero y manteniendolas equilibradas con sumo esfuerzo. Debe haber llevado unas cuantas (4 latas le conté, ordenadas como los pilares de "sucédaneo de mármol" de mi casa), pero al parecer las disfrutaba a todas de la misma manera: sentado en la banca verde, bajo el árbol verde, bebiendo de la verde lata. Espero que no haya estado verde por tomarse otra.
Sigo corriendo hasta llegar al parque. Incluso haciendo lo que hace un francés (correr con la peor pinta posible y oliendo aún peor) la gente me mira con cara de "No, no va a resultar". Pongo la mía de "Croissant aux amandes" y sigo corriendo. Dos vueltas a la fuente gigante que se ciñe al camino de, creo, plátanos orientales (me sé el nombre por alergias; si me preguntan por flores, todas se llaman igual, árboles o son catalpas o plátanos orientales) y aparece otro "bebedor compulsivo". Este, en todo caso, interactuaba más con sus alrededores: cada vez que pasaba al lado en formato
acá vengo yo, lanzaba un gruñido. Pero no sé si era a mi o a la cerveza Amsterdam (era Amsterdam o Amstel,
don't know, pero de que no era la primera, no era la primera). Tenía también esa cara de comercial ochentero de "Exquisita Pilsen", pero con más bronceado de cantina. Ah, se me olvidaba el aditamento que le daba caché al tipejo: Libraco de por lo menos doscientas páginas bien puestas. No sé cuantas de esas leía, o si podía leer, aunque igual me imaginaba con risa en la cara que era alguno de Sartre. Varios otros vetustos próceres se las daban de eruditos del procrastinar, con sendas cervezas también, continuando una conversación de años quizá (me pusé un tanto
Macondo, pero es lo que se me viene a la chiruca). Atrásito del parque, créanlo o no, varios pergüetanos hacían lo que sólo puedo calificar de cimarra. Al darme cuenta que el cuerpo no me daba más para estos trotes (literales y no tanto), me volví por donde vine, no sin antes comprarme sendas manzanas convertidas en desayuno. En la mañana todo es diferente parece, hasta yo.
C: