Ya lo había hecho varias veces, pero nunca con este "éxito". Bajando desde Gambetta, en frente del cementerio de Père Lachaise (donde está Jim, para los fans) una vez. Otras tantas haciendo la posta casa/pega/casa. La última, con segunda voz incluída cortesía de Mario "Domo arigato gozaimachité" Guajardo, enfilando por el quai del Sena a buscar el brillo. Pero la de ayer, es para antologías parisinas sobre como perder el tiempo.
Buena comida con los jefes, de la cual disfrute (la mejor palabra es usufructué, porque no pague ni un cobre, vivan las apuestas!). Buen vino, comparado con lo que puede ofrecer el mercado francés: prefiero un Misiones cualquier día de la semana, salvo el domingo porque es el día de recuperación. Buena conversa, la parte que entendí; la otra debe haber estado fome. Veo la cuenta y la sonrisa del que se escapa de pagar aparece sin ganas de esconderse. Cuando me toque a mi, pediré que todos los sonrientes se den media vuelta o que asuman la posición.
Paso el Panteón, y comienzo a bajar las cashecitas de Paris que tienen ese que se sho. Sale de la nada. La de Lucho Barrios, no la de Joe. El valsecito peruano, con olor a pipeño, bailado por vejetes engominados y señoras de pollera larga, en algún tugurio del Placeres. Lo comienzo a cantar despacito, cortando las frases, para tararear un poco. Ya pasando un cuarto de camino, es bailadito. Miro al frente de la calle, donde tres locales me miran con cara de pocos amigos. Me imagino que en los próximos segundos cada uno saca un delantal blanco de sus espaldas, una de esas redes atrapa-mariposas gigante y cruzan la calle para subirme a la ambulancia que aparece de la nada doblando la esquina. Sigo caminando/cantando, hay cosas peores que la desaprobación de los pares (por ejemplo, tener cálculos renales). Cuando espeto "Torpedera de mi ensueño" con la o bien colgada, desde la izquierda, atrás del típico cartel que reza "plat du jour, 15 euros" contra una esquina, me responde "Valparaíso de mi amor". Paro, me río solo, miro, me río de nuevo.
Un tipo con un saco de dormir más viejo que el suelo donde estaba acostado (y por ende, más sucio), levanta un poco la cabeza y me pide otra (Carola, soy un hit). Yo le digo que Mi niña bonita me la sé de a pedazos. El me dice que cante de nuevo La Joya. Comienzo de nuevo, el canta con el marcado acento francés las "egrges". Tiene más marcado el olor a tinto. Termino con la frase que comenzó todo. El saca un libro, me cuenta sobre como estuvo en el puerto cuando joven, sobre la vida y la muerte, sobre su vida y su muerte. Para ser sincero, yo pensaba solamente en la cama y el sueño, mi cama y mi sueño. Le hago la seña de que me voy, el me hace la seña que "te dejo ir en paz, pero déjame para otro tinto". Tan poco vale el canto.
C:
Buena comida con los jefes, de la cual disfrute (la mejor palabra es usufructué, porque no pague ni un cobre, vivan las apuestas!). Buen vino, comparado con lo que puede ofrecer el mercado francés: prefiero un Misiones cualquier día de la semana, salvo el domingo porque es el día de recuperación. Buena conversa, la parte que entendí; la otra debe haber estado fome. Veo la cuenta y la sonrisa del que se escapa de pagar aparece sin ganas de esconderse. Cuando me toque a mi, pediré que todos los sonrientes se den media vuelta o que asuman la posición.
Paso el Panteón, y comienzo a bajar las cashecitas de Paris que tienen ese que se sho. Sale de la nada. La de Lucho Barrios, no la de Joe. El valsecito peruano, con olor a pipeño, bailado por vejetes engominados y señoras de pollera larga, en algún tugurio del Placeres. Lo comienzo a cantar despacito, cortando las frases, para tararear un poco. Ya pasando un cuarto de camino, es bailadito. Miro al frente de la calle, donde tres locales me miran con cara de pocos amigos. Me imagino que en los próximos segundos cada uno saca un delantal blanco de sus espaldas, una de esas redes atrapa-mariposas gigante y cruzan la calle para subirme a la ambulancia que aparece de la nada doblando la esquina. Sigo caminando/cantando, hay cosas peores que la desaprobación de los pares (por ejemplo, tener cálculos renales). Cuando espeto "Torpedera de mi ensueño" con la o bien colgada, desde la izquierda, atrás del típico cartel que reza "plat du jour, 15 euros" contra una esquina, me responde "Valparaíso de mi amor". Paro, me río solo, miro, me río de nuevo.
Un tipo con un saco de dormir más viejo que el suelo donde estaba acostado (y por ende, más sucio), levanta un poco la cabeza y me pide otra (Carola, soy un hit). Yo le digo que Mi niña bonita me la sé de a pedazos. El me dice que cante de nuevo La Joya. Comienzo de nuevo, el canta con el marcado acento francés las "egrges". Tiene más marcado el olor a tinto. Termino con la frase que comenzó todo. El saca un libro, me cuenta sobre como estuvo en el puerto cuando joven, sobre la vida y la muerte, sobre su vida y su muerte. Para ser sincero, yo pensaba solamente en la cama y el sueño, mi cama y mi sueño. Le hago la seña de que me voy, el me hace la seña que "te dejo ir en paz, pero déjame para otro tinto". Tan poco vale el canto.
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